Pocos meses después de la Guerra Civil y con una España asolada por la pobreza y la destrucción, otra tragedia tuvo lugar en Toledo.
La noche del 23 de abril de 1939, la Guardia Civil y los pocos soldados de varias unidades que quedaban tras la contienda, acudieron a sofocar el incendio que se había desatado en el Palacio Arzobispal, concretamente en unas dependencias donde estaban las oficinas de Acción Católica y el Depósito Móvil Farmacéutico de la 4ª División Navarra. En este lugar se produjo una ignición de los productos químicos allí almacenados que, debido al fuerte viento, creció con rapidez por el resto del edificio, alcanzando las plantas superiores y destruyéndose así la capilla de la Inmaculada Concepción.
A las seis de la mañana quedaban extinguidos los últimos focos mientras se iniciaban las primeras tareas de desescombro, pues varias zonas quedaron hundidas (entre ellas la escalera principal del Palacio y el patio de los Cristales) y el Salón de los Concilios afectado por el humo. Por desgracia, no solo se produjeron daños materiales, sino que un bombero madrileño, Ulpiano Igualada Gómez, perdió la vida a consecuencia de la caída de cascotes que le ocasionaron fractura de cráneo.
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