Existe una leyenda que se ha ido transmitiendo entre generaciones, la Leyenda de los Tres Incendios del Teatro Romea, situado en Murcia.
A mediados de los años 30 del siglo XIX se aprobaba en España la desamortización de Mendizábal, declarándose propiedad nacional bienes, derechos y rentas de comunidades religiosas. Se aprobaba esta medida para que los terrenos saliesen a subasta popular y que fuesen aprovechados para la recaudación de dinero al Estado y en beneficio del campesinado.
Así, en Murcia se expropiaron terrenos eclesiásticos pertenecientes a los monjes dominicos, terrenos que hoy ocupan la plaza de Santo Domingo y la de Julián Romea.
Este terreno fue ocupado por un gran teatro. Al principio y durante 6 años se llamó ‘Teatro de los Infantes’ y, más tarde, ‘Teatro de la Soberanía Popular’. En 1872, el Ayuntamiento de Murcia cambió de nombre al teatro, escuchando las peticiones populares en honor al actor Julián Romea, pasándose a llamar ‘Teatro Romea’.
La construcción de dicho teatro no fue bien recibida por los monjes, a los que se les había retirado sus terrenos, los cuales se habían ‘profanado’.
Cuentan que uno de los monjes lanzó la maldición de los tres incendios; en el primero no moriría nadie; en el segundo morirían dos personas y, en el tercero, moriría todo el aforo del teatro, que estaría completamente lleno.
Años después, en 1877, se sucedió el primer incendio a causa de un candil, en el cual no hubo víctimas mortales, ya que el teatro se encontraba vacío después de acoger esa misma noche la obra ‘Cómo empieza y cómo acaba’ de Echegaray.
El segundo incendio se produjo en 1899, durante la representación de una de las dos zarzuelas que se representaron ese día y en el cual murió un joven de 17 años. Como dato curioso, las zarzuelas se titulaban ‘El anillo de hierro’ y ‘Jugar con fuego’. El incendio pudo originarse por un fallo eléctrico o una mala instalación de cables, aunque la compañía eléctrica culpó al cigarrillo de uno de los espectadores.
Como consecuencia de estos dos incendios y con el miedo de que el tercero de ellos, y el más peligroso, pudiese sucederse, la leyenda se instauró entre el público murciano por lo que el taquillero siempre guarda una entrada sin vender, con el fin de que el teatro nunca llegue al aforo completo y la maldición del monje no pueda sucederse.
El ambiente de misterio que ha suscitado esta historia alrededor del teatro suscita el interés de diversas personas. Además, la butaca que nunca se pone a la venta ha sido renovada y tapizada con terciopelo negro, destacando sobre las demás del patio de butacas, todas de color granate. Este asiento está situado en el palco 10 de la platea.
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