Los sistemas biométricos llevan tiempo entre nosotros y ahora más que nunca su uso parece estar afianzándose en el consumidor final, es decir, entre los particulares y no solo dentro de las empresas.
Estos sistemas se basan en características físicas como las huellas dactilares, la geometría de la palma de la mano, la retina, el iris o los patrones faciales. Características aparentemente únicas que en ningún caso se repiten con los de otra persona. Pero, ¿pueden ser imitados o robados? Obviamente, a pesar de que los lectores biométricos detectan detalles únicos del individuo, no son infalibles.
Dejando a un lado las contraseñas alfanuméricas que se han utilizado toda la vida y que, por motivos evidentes como las continuas filtraciones de datos en internet, son las menos fiables, los primeros sistemas de control de accesos basados en la detección de rostros no funcionaron bien, pues eran incapaces de distinguir una cara real de cualquiera que apareciese en una fotografía.
En cuanto a los lectores de huellas, aunque sea complicado, es posible reproducirla y utilizarla para desbloquear el sistema, accediendo a las instalaciones pertinentes o disponiendo así de toda la información almacenada en un dispositivo. De hecho, en China ya se ha empezado a comercializar una funda hecha con gel de sílice que reproduce la huella dactilar de una persona concreta. Actualmente, se utiliza en empresas, de manera que otro compañero puede “fichar” al entrar en lugar del usuario correspondiente si este le ha facilitado dichas fundas. Algo muy peligroso para la compañía en caso de ser perdida o robada.
Si alguien consigue por ejemplo descifrar una contraseña formada por una serie de números, es tan simple como modificarla. Pero si sus patrones físicos, en este caso las huellas, son robados y eso permite a otra persona acceder a información confidencial o a cuentas financieras, el daño podría ser irreversible.
El principal problema de todo esto es que la huella digital se está convirtiendo en el objetivo de los cibercriminales, no solo en sistemas informáticos corporativos sino también en algo tan utilizado a día de hoy como son los smartphones. Esto se debe a un motivo claro: los delincuentes persiguen el dinero y a través de los sistemas biométricos es fácil de conseguirlo, pues permite por ejemplo realizar pagos con tarjetas bancarias. Esos datos pueden llegar a ser muy valiosos si se venden en el mercado negro.
Si hace un año decíamos que el futuro de estas tecnologías se encontraba en el aire, ahora podemos afirmar que los lectores de huellas son cada vez más populares, pero deberían tomarse medidas extra en cuanto a seguridad se refiere. Una doble o triple verificación es la mejor forma para evitar que se acceda a datos privados.
Sobre el autor